DESPLAZADOS UNA REALIDAD IGNORADA 1.

Hace algunos días por razones de mi trabajo, viajé a la ciudad de Medellín para realizar un reportaje documental sobre los desplazados. Realmente este tema no es nuevo y revisando los archivos de periódico y los noticieros de televisón, se ha convertido el tema en tan común que ya es ignorado y pasa desapercibido como una situación más que viven quienes habitan este país. Es tan cruel esta realildad, que no es fácil de entender si la tendencia a ignorar la situación del desplazado por parte del común de los ciudadanos, de debe a un proceso de blindaje al saber que todos estamos expuestos a vivirlo o si es una actitud poco humana.

Este drama vivido en Colombia por mas de un millón y medio de compatriotas -según cifras oficiales de los desplazados registrados- puede alcanzar historias que difícilmente se alcanzan a creer. Este millón y medio de ciudadanos que puede realmente alcanzar el doble, viven cada uno una situación que desgarra al mas fuerte al escucharlas.

Según la ACNUR, de cada cuatro personas que sufren el desplazamiento forzado por causa de la violencia, tres son mujeres o niños en estado de indefensión. Y no es para menos. Este país se ensañó contra los hombres bien sean estos esposos, padres, hijos. Los que no son asesinados, son reclutados para la guerra por los grupos armados ilegales. Esto ha generado que la mayoría de las personas en situación de desplazamiento sean mujeres cabeza de hogar; campesinas que huyen de sus fincas y pueblos con sus hijos de brazos o pequeños hacia las ciudades. Estas madres solitarias vienen con 3, 4 o mas hijos a ciudades hostíles que las confunden con indigentes en donde a su sufrimiento se le suma el choque cultural, la nostalgia de dejar su vida, sus parcelas, sus casas, sus pertenencias, sus amigos y sus muertos.

Los desplazados -y esto no es nuevo- pasan rápidamente de tenerlo todo en sus lugares de origen a no tener nada en las ciudades. Muchos de un día para otro, pasan de dormir en sus cómodas camas a dormir en el frio asfalto debajo de un puente o -si corren con suerte- en un pequeño espacio en algún barrio deprimido que raya con la indigencia. Su drama se complementa cuando no tienen referencias provenientes de ningún lugar o persona para completar los requisitos para un arrendamiento.

El rosario de problemas que genera el profundo sufrimiento de estas personas, no comienza cuando la violencia los obliga a salir. Comienza realmente cuando llegan a las ciudades:

Cultura diferente, ritmo de vida diferente en un choque cultural que cambia el paisaje del campo o de la tranquilidad de los poblados a una hostil ciudad con un ritmo apremiante y sin paisaje.

El fantasma del hambre los persigue y no es fácil conseguir alimento en la ciudad. Todo vale, todo cuesta y su dinero ya no existe. Por lo general todo se queda en el lugar de origen.

La salud se deteriora y no tienen forma de salir adelante en la ciudad. Acceder a un médico en la ciudad no es fácil si no se pertenece como mínimo al Sisben y eso es casi imposible por parte del desplazado.

Trabajar en la ciudad es aún mas difícil mas cuando se entra a compartir los altos niveles de desempleo urbano existente en nuestro país. A esto se suma la baja preparación de los desplazados para obtener un empleo dígno. Lo que el desplazado sabe hacer es trabajar la tierra, la ganadería, la minería o la actividad propia de su región o poblado, algo que jamás se verá en la ciudad.

Muchas mujeres y hombres desplazados terminan en los semáforos o en las esquinas pidiendo junto con sus hijos, arriesgando a que les sean quitados sus pequeños por parte de los funcionarios del Bienestar Familiar, pues no puede hacerse uso de menores de edad para mendigar o trabajar.

Un hijo de un desplazado no tiene acceso fácil a la educación, a ejercer sus derechos como niño, a tener y disfrutar una infancia feliz.

Son cientos de problemas los que le aquejan a un desplazado, pero el que quizás es el mas fuerte, es encontrar la indolencia de quienes habitan las ciudades y los ignoran o los estigmatizan como indigentes.

Es muy triste ver la repetida imagen de la persona que camina por una acera y prefiera cambiarse de lado cuando de frente se ve a un desplazado. O la escena también repetida de el conductor del automóvil que sube acosadamente el vidrio cuando un desplazado de le acerca pidiendole al menos comprensión.

En medio de miles, o de cientos de miles o de millones de habitantes, el desplazado sufre la soledad que la violencia le ha impuesto. Una violencia doble, la que lo expulsó de su tierra y la violencia del entorno que vive en la ciudad.

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